La fotografía analógica desde su creación tuvo diferentes soportes para la plasmación de la imagen: placas de metal pulidas, placas de vidrio, papel humedecido, celuloide, etc. Este último, se introduce en el período entresiglos, teniendo diferentes formatos, siendo el de 35 mm el último que se conoció. A pesar de su delgadez, el celuloide o película fotográfica, esta compuesta por al menos 10 capas, cada una de ellas con un rol específico dentro del proceso de formación de la imagen.
En una de ellas se encuentran los haluros de plata, diminutas partículas que fungen como trampas de luz, y que se oscurecen al contacto con la misma, tras el proceso de revelado, de modo que las partes de la película que recibieron mas luz se ponen mas oscuras al revelarse y viceversa.
El tamaño de estas partículas es variable, de modo que pueden caber mas o menos trampas de luz en la superficie de la película. Si las trampas son mas pequeñas, cabrán mas, pero también demandarán que en el ambiente haya una mayor cantidad de luz para activar toda la superficie; esto último se conoce como la sensibilidad.
Finalmente, las películas producen una imagen en negativo, que deberá revertirse tras un proceso de positivado en un laboratorio fotográfico.

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